Dejad que las plagas vengan a mí

En mi terraza, mi pequeño laboratorio para cultivar y observar la vida, tengo todas las plagas. Caracoles, araña roja, gorgojo, mosca blanca, pulgón. You name it.

Sin embargo, las plantas siguen prosperando. Con paciencia y moderando la obsesión por el control, el sistema se autorregula. Cada vez estoy más convencido que no hay plagas, hay dosis [1]. En cultivos con sobreabundancia de algo -ya sea tierra árida, agua, monocultivo de una planta, bichos-, es fácil que surja un competidor que es mejor y se aprovecha de ello. Sin embargo, si poco a poco vas dejando que el ecosistema se haga más complejo, la cosa se va equilibrando.

La temible terraza de las plagas

Lo importante para mí es no exterminar: ni arrancar todas las hierbas, ni fumigar todos los bichos. Mi terraza no tiene solo ‘plagas’, también tiene otras cosas: arañas, lombrices, geckos, dientes de león, caléndula, mercurial, y otras muchas hierbas y bichos de las que no conozco el nombre. Y, por supuesto, todo lo que yo he querido plantar o sembrar: laurel, abeto, hierbabuena, patatas, frambuesas, rosal, bambú sagrado, camelia, romero, hortensia… Nada de ello muere del todo, nada de ello prospera hasta acapararlo todo.

Bueno, no es totalmente cierto, alguna cosa desaparece. Una petunia y un tagete han sido totalmente devoradas por los caracoles este año. Soportamos la pérdida con dolor pero sin sobreactuar. La mayoría sigue con su vida, así que puedo limpiar mi cabeza de problemas como buscar y aplicar purín de ortigas, azufre, larvas de mariquita, zumo de ajo o cualquier otro remedio que me llevaría tiempo y esfuerzo. Por supuesto, también me libro de esa locura de rociar con napalm la terraza (herbicidas, pesticidas y otros holocaustos químicos)

Diente de león amamantando pulgón. De fondo, albaricoquero tranquilito.

No pretendo entender todas las complejas interacciones que se dan incluso en un entorno tan limitado como el de plantas en tiestos, pero algunas cosas se pueden desentrañar. Por ejemplo, los dientes de león, que se llaman así por la forma dentada de sus hojas, yo los dejo crecer hasta donde quieran, a veces hasta tamaños monstruosos. El caso es que el pulgón los prefiere, y me deja en paz el rosal, la salvia o el albaricoque. Esto no lo he visto en ningún libro ni en ningún tutorial de Youtube, pero parece que ocurre, la menos en mi experiencia. Y es que para mí esto va de observación, no de trabajo. Si tuviera que mantener una producción, supongo que cambiaría mi visión, pero creo que tampoco tanto.

Algunas cosas no están tan frondosas como podrían. Por ejemplo, al laurel los gorgojos lo tienen frito, aunque tras unos años parece que estos bichos han ‘evolucionado’, son más pequeños y blandos, y por ejemplo la lagastroemia y el aligustre ya no sufren sus envites. Tal vez los geckos que se han instalado recientemente tengan algo que ver.

Claramente, mi terraza no es la más florida, ni la más productiva. Pero si hago un ratio de horas de trabajo y preocupaciones respecto calidad estética o productiva obtenida, me sale a devolver. Y sí que puedo estar seguro de que es un espacio con mucha biodiversidad, resiliente y relativamente autónomo.

Siembra y échate a dormir!

[1] Esto lo cojo prestado de Paracelso, que parece que dijo aquello de ‘La dosis hace el veneno’

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