El hábito (acepción 2 de la RAE) no hace al monje, pero el hábito (acepción 1) sí hace a la persona, o al menos en mi humilde opinión. Estoy harto de ver reuniones y ponencias de ecologistas y economistas que van a cambiar el mundo con botellas de plástico encima de la mesa (no es broma, he echado la bronca en ponencias de Equo, Ecologistas en Acción y hasta a Christian Felber por esto, deben de conocerme ya como ‘el pesao’). Después de la charla, muchos se iban en sus coches a casa, un clásico.
Este tipo de distancias entre lo que se dice y lo que se hace lleva a disonancias cognitivas que terminan apartando a la persona del activismo por ‘irrealizable’ o llevando al campo de la negociación o reformismo (viva el coche eléctrico), pero que en poco abordan el problema.
Cierto es que los cambios profundos que necesita la sociedad van mucho más allá de los hábitos personales de cada uno de nosotros. Pero ese discurso puede llevar a dos puntos: o bien el derrotismo de no se puede hacer nada (TINA Thatcher estaría orgullosa de vosotros, chavales) o al buenismo de patada al futuro de “lo importante es la educación“.
Una tercera vía es la crítica al capitalismo (o quizás más adecuadamente, deberíamos hablar del productivismo, lo que si nos ponemos en plan duro puede incluir casi todo desde el comienzo de la agricultura). Aunque coincido con este análisis, suelo desconfiar de los que están dispuestos a ir a la revolución o a cambiar radicalmente de paradigma sin cambiar un ápice de sus hábitos comunes.
Bajo el argumento, totalmente válido y correcto en mi opinión de “cambiar individualmente no soluciona el problema, hacen falta soluciones colectivas, se busca el individualismo porque es más efectivo combatirnos por separado, etc.”, muchas veces hay también un segundo plano de falta de ganas de hacer autocrítica, de moverse de posiciones cómodas, o de huida de la revolución interna en pos de la externa. No me caigan tampoco en la falacia de la cuesta resbaladiza de que la revolución interna vamos al ascetismo, no al cambio colectivo, porque evidentemente tampoco es de lo que hablo aquí.
De lo que quiero hablar es de los hábitos que a lo largo de los últimos 10-12 años he conseguido adoptar o cambiar sin perder un ápice de calidad de vida, ni de foco en los problemas globales y colectivos, y sin un esfuerzo significativo una vez vencida la inercia inicial. El mayor esfuerzo muchas veces es cultural, como cambiar de sistema operativo. También me gustaría hablar de otros intentos que no han llegado a tan buen puerto.
No me gustaría que se tomaran estos hábitos como pontificación, ni dogma de fe ni como un argumento de superioridad moral sobre los que no tengan estos hábitos, sino como mi experiencia personal que quizás pueda servir a alguien.
Alojamiento
A mi gusto esta es la decisión primordial, quizás irrevocable para muchos que ya la han tomado por tonterías como hipotecas, trabajos, etc. En 2006, con unos ahorrillos y ayuda familiar, compré un piso (sí, también caí en el frenesí inmobiliario). Aunque no tan concienciado como ahora (probablemente no habría comprado si no), tenía muchas cosas claras de las que me siento muy satisfecho:
- No quería coche, primé la ubicación: cercanía a mi lugar de trabajo y a los centros de ocio y necesidades básicas.
- Esto va inevitablemente (i.e. económicamente) ligado a una reducción del espacio: no iba a tener un chalet con jardín.
- Cuanto más céntrico, mayor es la reducción de espacio, optando finalmente por un apartamento de 40 m2 a 5-10 minutos caminando de mi trabajo y de casi todas las necesidades que podía tener en el día a día. Tuve suerte de que el apartamento dispusiera de un patio con sol casi tan grande como la propia casa.
Transporte
La elección de ubicación quizás estaba sobre todo influenciada por mi decisión de no ser propietario nunca de un coche. Tengo carné de conducir, pero el coste económico, ecológico y la pérdida de calidad de vida que supone un coche nunca me ha parecido que compensen la libertad de movimientos (muy circunstancial) que te da.
En el día a día me muevo andando. Los km andados, el peso cargado de la compra, las sentadillas limpiando, etc. son suficientes para mantenerme medianamente en forma sin necesidad de crosfitting, running o cualquier otro gerundio sajón que se les ocurra.
Para viajes puntuales, el autobús o tren suelen cubrir mis necesidades perfectamente. Para algunos desplazamientos un poco más largos en mi ciudad, que me pudieran llevar más de 25 minutos, tengo una bici (plegable, recordad que tengo un apartamento de 40m2 :)) o uso el servicio público de bicicletas. En particular, para visitar a familiares que viven en un suburbio (algunos los llaman urbanizaciones) me suele resultar más cómodo ir en bici que usar el autobús.
Rara vez he sentido que he perdido calidad de vida por mis decisiones de transporte: quizás un día te mojas un poco por ir en bici y ponerse a llover, o pierdes un bus y tienes que esperar al siguiente. Me sale totalmente a cuenta comparado con el estrés del tráfico, el agobio de buscar aparcamiento, el coste de reparaciones, revisiones, licencias, combustible, garaje, etc. Quizás la mayor pena es no poder ir a lugares de difícil acceso con transporte público, como algunos parajes naturales, etc. pero entonces pienso en la frase de Petra Kelly [1] y se me quita la tontería:
Todos quieren volver a la naturaleza, pero ninguno quiere hacerlo a pie
Calefacción
Junto al petróleo, otro gran foco de dependencia fosilista es la calefacción, generalmente a carbón o gas. Aquí como en muchas de mis decisiones pensé más que en lo que tenía que hacer, en lo que no hacer[2]. Tengo calefacción y agua caliente por gas natural, la solución fue no calentar tanto la casa (bajar de 21º a 19º) y no tomar duchas calientes tan a menudo. Un buen jersey en casa, o manta si estás sentado, suele ser suficiente y no requiere mucho trabajo, ni desde luego pérdida de comodidad. De verdad que no, si no estás dispuesto a estos sacrificios infinitesimales quizás no deberías estar leyendo esto. Sacrificio puede ser el nivel de mi abuela, que puede estar en su casa sin calefacción a 16º y ella se encuentra cómoda (y para su generación, ni eso).
Finalmente, una mejora importante reciente fue el cambio de ventana, algo per se contaminante (generación de residuos, energía y recursos requeridos para hacer las nuevas ventanas) y que requiere de una inversión inicial, pero que nos está dando buen resultado, acercando nuestro nivel de consumo en un hogar con 2 personas a los niveles de un hogar con una persona. Esta es de las pocas opciones de ‘hacer’ que me he planteado.

Electricidad
El último foco de dependencia es la electricidad. Una primera decisión fue el cambio a una cooperativa, SomEnergía. No tiene implicaciones fuertes económica o ecológicamente, pero la satisfacción inmediata de dejar de pagarle el sueldo a Ángel Acebes era demasiado tentadora. El cambio es casi tan sencillo como un cambio de compañía de teléfono.
Además, aunque ahora no está disponible, SomEnergía ofrecía estadísticas de tu consumo y comparativas con la media de sus clientes y en particular de los clientes más ecológicos, que introducía un componente de ‘pique’ por reducir tu consumo. Además desincentiva el consumo aumentando la tarifa si consumes mucho. Estas cosas son importantes, y no todas las nuevas empresas que están saliendo en los últimos años tienen las condiciones ecológicas y sociales de SomEnergía o EnergÉtica. Muchas son negocios BAU que tratan de predar en la mala fama de las empresas energéticas tradicionales.
Más allá de la compañía contratada, usamos poco la luz y tenemos cuidado con los aparatos en standby, pero sin ser muy estrictos. Vamos reemplazando las bombillas que se gastan por otras de bajo consumo, pero no tiramos las que todavía funcionan. Intentamos quitarnos del lavavajillas, sin éxito, esto sí nos suponía un incomodo (a otras personas quizás no). Lo que sí conseguimos fácilmente es apagar el congelador: con la nevera nos era suficiente, de hecho la reducción de residuos plásticos puede tener que ver en parte con la compra de congelados, etc. El único momento en el que alguien nos mira raro es cuando hacemos alguna fiesta en casa y pedimos que traigan hielo, no es ningún drama. La nevera también la tenemos a la temperatura más alta posible. En particular, el consumo del congelador es muy alto y su eliminación se nota.
Ah, tampoco tenemos tele, una decisión más política que ecológica, pero el standby también hace 🙂
Tanto en el gas como la electricidad, vivir en un piso pequeño es importante. Al ser pequeño, calentarlo o iluminarlo es menos costoso. Al ser un piso, está rodeado de muchos otros, manteniendo el calor.
Residuos
Esta es uno de los aspectos más complicados, porque está imbricado en montones de pequeñas decisiones diarias, e impuesto en muchos casos. Junto con el uso de la bici, son los únicos dos cambios que han requerido ‘enfrentamiento’ con otras personas fuera de la familia (ver más abajo).
El caso es que la generación de basura no es un asunto pequeño. Todo lo que producen tantas y tantas industrias de las que nos quejamos que contaminan termina en nuestros hogares y tras un breve paso, termina en vertederos en una gran proporción. Lo primero quizás es tomar conciencia del problema. A mi me lo dieron en parte las fotos de Gregg Segal, que retrata a familias con la basura generada en una semana.
A partir de ahí, comencé a anotar cada bolsa de basura que tiraba a los contenedores, y cuánto pesaba. Cabe decir que el reciclaje no contaba para mí como parte de la solución, es si acaso una solución a las consecuencias del problema, pero no a las causas.
De nuevo la solución para mí no era el qué hacer (cómo reciclar, cómo clasificar, etc.) si no el no hacer (cómo no dejar que esos residuos entren en mi casa en primer término). No era especialmente consumista, pero compraba en grandes superficies con frecuencia, compraba bastantes productos envasados, etc. Hay varias experiencias al respecto seguramente más ejemplares que la mía, pero voy a poner algunos ejemplos de lo que he ido cambiando:
- Para mis desayunos, sustituyo las cajas de cereales por cereales a granel. Tengo unas cuantas bolsas resistentes de plástico que relleno en una tienda con avena y frutos secos. Sustituyo la leche (tetra-briks) por té (bolsas de té y energía para calentarlo) o más recientemente por agua del grifo sin más. La propia avena convierte el agua en una especie de leche de avena que para mí basta. El resultado son cero residuos en mis desayunos.
- La compra de carne o verdura la hacemos llevando bolsas de tela, acompañadas de bolsas de plástico reutilizadas para ir metiendo cada una de las frutas o verduras (seis tomates aquí, cuatro patatas allá) y tuppers para la carne. Según los dependientes, hay más o menos resistencia a que tú le vayas pasando las bolsas pequeñas en vez de coger nuevas de las suyas. No entiendo muy bien el por qué, pero hablando con ellos supongo que es una mezcla de 1) miedo porque seas un inspector encubierto de sanidad 2) miedo a que el resto de clientes piensen ‘qué rancio el dependiente, no da ni bolsas’ 3) miedo al cambio cultural, aka ‘ya está aquí el hippie’ y 4) miedo a que se dé cuenta de que no sé usar la tara de la báscula para pesar el tupper vacío.
- No como yogures, zumos, u otros productos envasados, excepto conservas, e intento reducirlas. Con fruta, frutos secos, quesos y embutidos me suele vales para llevarme algo de almuerzo y merienda. Y los quesos y embutidos ojo, que a veces es difícil encontrarlos sin emplasticar a lo bestia, que dices, joer, si esto ya viene preparado para conservarse. En general, si veo algo que me apetece y está envasado, pienso si puedo encontrarlo sin envasar; si no, pienso si hay productos parecidos que no requieran envase; si no, pienso si realmente lo necesito o me apetece mucho o puedo pasar sin ello.
- Evitar en lo posible los regalos. Diréis ‘qué tío rancio’. Vamos a ver, acepto regalos y me encantan, pero a menudo las cosas que te apetecen mucho no esperas a que alguien te las regale, te las compras tú, y muchos regalos de gente que te conoce poco igual los terminas tirando. Nuestro lema para cumpleaños, etc. en cuanto a regalos es ‘traed comida’ y nos la comemos en la celebración. Con familiares cercanos, muchas veces no nos regalamos o nos preguntamos qué necesitamos.
- Compostamos todos los residuos orgánicos. Basta con mantener un tupper para ir echando las peladuras, etc. y cuando se llena echarlo a la compostadora que tenemos en el patio. El compost lo usamos luego en nuestro huerto (ver más abajo)
- Compramos detergentes a granel, rellenando los envases y sprays que compramos hace tiempo. Hay tiendas de detergentes a granel en casi cada ciudad a día de hoy, sólo es cuestión de buscar. Para la ducha, me vale con una pastilla de jabón, que compramos en una tienda en las que las tienen sin plastificar.
- Uso una botella de metal para llevar agua, que suelo rellenar del grifo en casa o fuentes. En mi trabajo hay una máquina de esas de agua, en la que todos los demás de mi edificio usan sus vasos desechables de plástico y que periódicamente repone sus bidones de plástico. Una pena.
- No solemos pedir comida a domicilio. A veces vamos a buscarla al restaurante con nuestros tuppers (no todos lo aceptan, pero algunos sí). También tenemos un restaurante chino que nos recoge los tuppers de plástico en los que traen la comida (previamente limpiados por nosotros a conciencia).
- Mi pareja usa la copa menstrual. Esto fue una iniciativa suya, por supuesto, pero me parece interesante comentarlo. Según su experiencia, ahorras una pasta, no reseca y es menos incómoda. También según su relato, requiere un poco de curva de aprendizaje (como todo) y entrar en contacto con tu propia sangre.
Bueno, con eso es suficiente, creo que os hacéis una idea de lo que hacemos: 1) no consumir, 2) consumir sin envases, 3) buscar alternativas sin envases, 4) reutilizar envases y sólo en último caso 5) consumir nuevos envases.
Viajes
Nos encanta viajar, como a todo hijo de vecino. Amplía perspectivas, enriquece culturalmente y entretiene. Pero ojo, muchas veces se vuelve un vicio o rutina y un querer llegar cuanto más lejos y más veces al año mejor, sin un disfrute excesivo. Más bien un segundo trabajo. Hay un viejo refrán que probablemente no sea tal cual lo cito pero que dice algo así como “el sabio no necesita salir de su cueva” que viene a expresar que uno puede tener mucha amplitud de miras sin salir de su entorno, o mirando mucho más a su entorno. La diversidad de personas, opciones culturales y experiencias que puedo tener incluso en una ciudad pequeña es tal a día de hoy, que da de sobra para ampliar nuestros mundos personales.
En ese sentido, hemos hecho pocos viajes de ocio últimamente, casi todos a nuestro entorno cercano, en el que hay multitud de ciudades, parajes y gentes increíbles. Como en casi cualquier parte del mundo, supongo.
Por trabajo podría recorrerme medio mundo atendiendo a conferencias, etc. Sin embargo me he dado cuenta de que puedo mantenerme igualmente al día, realizando una investigación de calidad y colaborando con grupos a distancia o con grupos locales que son tremendamente interesantes. Por tanto, casi no viajo por trabajo, y hace años que no cojo un avión por trabajo (y cuando los cogía eran para vuelos de 1-2 horas dentro de Europa).
En general aplico una pregunta que me hago a menudo: ‘¿qué haría mi abuela?‘ Estamos hablando de hace dos generaciones, no de la edad de piedra. Mi abuela visitó una vez el mar y se quedó satisfecha. Ha ido algunas veces a Madrid y viene a visitarnos una o dos veces al año a Salamanca y le vale. En muchos sentidos, es más sabia que yo.
Carne
Con el tema de la carne me estaba costando formarme una opinión, pues tenía muchos argumentos encontrados, desde mi hermano que es vegetariano, pasando por mi (quizás para algunos excesiva) sensibilidad por las plantas y los recientes estudios sobre su consciencia, sociabilidad e inteligencia, o incluso su ‘corazón‘, hasta las reflexiones de la ex-vegetariana y activista medioambiental Lierre Keith [3].
Ha habido culturas que se han alimentado casi de cualquier cosa, desde sólo pescado y grasa de foca como los inuit, hasta dietas casi exclusivas de tubérculos de varias culturas precolombinas (el tubérculo como base alimentaria, en vez del cereal; y sus implicaciones para prevenir la acumulación de poder y la generación de jerarquías me resulta muy interesante [4]).
En cualquier caso, hecho un lío de tanto leer, volví a la pregunta básica: ¿qué haría mi abuela? Le pregunté al respecto y me comentó que ‘antes’ no comían carne, las vacas eran para leche y las gallinas para huevos. Si se sacrificaba algún animal era para llevarlo a las ferias para venderlo. De hecho, también la mayoría de los huevos se vendían. Prácticamente lo único que tomaban era leche y los resultados de la matanza del cerdo, colectiva en el pueblo. Habría familias que consumían más (huevos, carne de ternera o pollo), pero en general más o menos esa era la tónica.
Con todo lo leído más los consejos de la sabia, mi postura es la de consumir poca carne, sin eliminarla del todo. En particular, no consumimos leche de vaca (en mi caso también por el ahorro de envases que supone) y consumimos carne un par de veces a la semana (con el embarazo y la lactancia de nuestra niña, ahora la comemos puntualmente más a menudo). Yo no como tampoco casi huevos aunque en el fondo los consumes con muchas cosas sin querer (una tortilla que tomas en un bar, en tartas y bizcochos, etc.)
La vida es en sí misma un generador de entropía, que implica en cierta medida la destrucción. Lo más importante es ser consciente de esa destrucción, en mundos animales y vegetales, y tratar con el máximo respeto y gratitud aquello que nos comemos, a la vez que minimizamos el daño causado.
Huerto
Tener un pequeño huerto en el patio es para mí una gran satisfacción personal. Me permite un contacto directo con la ‘naturaleza’, un espacio de ocio y aprendizaje, un descanso estético del asfalto y un laboratorio para experimentar desde la agricultura hasta la política, pero sobre todo donde deconstruir la ilusión del control.

El mi patio
Esto último puede resultar muy rimbombante, así que lo voy a explicar. La agricultura tradicional, y aún más la agricultura industrial fosilista, no respeta la vida de las plantas o de los insectos. La poda, la tala, la eliminación de plagas, el arado, la cosecha, todo es agresivo y cortoplacista. No tiene en cuenta el ecosistema, o sólo de una manera parcial y poco eficiente. Todo ello se basa en la muy humana ‘ilusión del control’: yo sé mejor que la planta cómo tiene que crecer, por dónde tiene que crecer, cuándo deben sembrar, cuándo está enferma y cómo combatir sus plagas. Por tanto, dedico un montón de esfuerzos a manipular y controlar su entorno, en controlar a la planta, en hacer del huerto mi esclavo y, en el proceso, a mí un esclavo del huerto.

- “El hombre cree que ha entendido a la naturaleza, cuando lo único que ha hecho es dividirla y clasificarla”. M. Fukuoka
Tal vez por mi propia forma de pensar y mis años de práctica de Tai Chi, pero sobre todo a raíz de la lectura de Masanobu Fukuoka [5] me llevaron a concebir el huerto de otro modo. El bueno de Masanobu fue un microbiólogo que, cansado de manipular organismos en un laboratorio para mejorar las cosechas, se tiró al monte, cogió las tierras de sus padres y se dedico a observar. No a hacer, a observar. Es decir, a no hacer.
De su no hacer (no confundir con no hacer nada) derivó un método de cultivo muy poco invasivo, que elimina la poda, el arado, el abono y el herbicidio. Lo llamó agricultura natural, y en Japón se ha llegado a reconocer como un método que da unos rendimientos similares (sólo un poco por debajo) de la agricultura fosilista, sin degradación de suelos (con recuperación, de hecho) y sin un input energético importante [6].
Dedicarse a observar en vez de a hacer es complicado para un occidental, que somos una especie de Pepe Viyuela de la naturaleza. Como mucho planteamos la observación como paso previo a la acción, pero pocas veces para la no-acción (no para no hacer nada, no confundir, el concepto de wu wei poco tiene que ver con eso [7]).

Arriba, el caos. Abajo el orden. ¿O será al revés?
¿Cómo se traduce esto a mi huerto? Bueno, pues dejo crecer lo que salga, no lo fuerzo. Para ello al introducir algo lo siembro en varias zonas para observar dónde prospera y donde no, no podo nunca, dejo las plantas morir al igual que las dejo crecer, sin arrancarlas. Dejo los restos orgánicos en el suelo donde caen de manera natural, dejo a los bichos prosperar a su aire, etc. Todo esto no es simplemente dejarlo a la buena de dios. Intervengo, pero lo mínimo, por ejemplo abonando con el compost realizado. Otras intervenciones más agresivas se hacen con el objetivo de tener que intervenir menos en el futuro.
Es increíble lo que choca esta forma de relación con la naturaleza con nuestra cultura. Para muchos amigos y familiares, la primera reacción al ver el huerto es: ‘esto lo tienes hecho una mierda, esto hay que podarlo, tienes que matar esas hormigas, esto no se qué, esto no sé cuál’. Les explicas tu experimento y te miran raro. Les muestras cómo de negra es la tierra, cuántas patatas tienes entre la maleza creciendo con un mínimo esfuerzo, les das a probar una fresa… y aún así te miran raro.
Complicaciones: resistencia social
En general, la mayoría de estos hábitos se pueden realizar sin interactuar con otras personas, salvo la negociación con los otros habitantes de la casa, claro (que en mi caso tengo la suerte de que estamos en la misma línea). Sí me han resultado curiosas algunas resistencias cuando estos hábitos rompen con la ‘normalidad’ social que merecen una mención:
- La bici. Me parece increíble el nivel de odio que pueden destilar algunos conductores por la bici. Cómo te pitan, gritan en el interior de sus monstruos de hierro y plástico, te pasan rozando, etc. O no se han leído el código de circulación, o tienen tan interiorizado que la carretera es suya (por no decir el 90% del espacio público) que les molesta sobremanera bajar su velocidad mínimamente. Hasta el punto de pegar un acelerón, saltarse una continua y adelantarte rozando para acto seguido frenar bruscamente en el semáforo en rojo al que tú llegas en bici tres segundos después. También algunos peatones muestran miradas de odio, cuando puntualmente vas por la acera porque no te apetece chuparte una cuesta de la hostia sólo porque los sentidos de las calles están hechos para gente que echa dióxido de carbono por el culo. Parece que sólo contra la bici defienden su espacio público, ignorando la cantidad de espacio destinado a la calzada, al aparcamiento, los coches metidos en la acera, las terrazas invasivas de los bares de mi ciudad, etc. Sólo ante las bicis se transforman en adalides de la vía pedestre.
- La compra. Otra cosa que me sorprende es lo que cuesta que algunos dependientes no te enchufen una bolsa de plástico. Algunos te lo razonan, otros te terminan colando alguna cuando no miras, otros directamente se enfadan. He tratado de analizarlo como cuento más arriba, pero me sigue fascinando. Una vez al comprar una barra de pan y decir que por favor no le pusiera papel, la dependienta me dijo horrorizada ‘te vas a manchar de harina!’ y yo le respondí ‘bueno, no es ácido’. Nos miramos los dos y nos pusimos a reír.
- El huerto. Cuando hablamos de plantas, todo el mundo es experto en destrozarlas (en podar, arar, arrancar, etc.) y te lo hacen notar cada vez que vienen a tu huerto. No importa lo que te esfuercen en explicarles que prefieres ver mucha maleza a un barrizal con matas muy frondosas de tomates.
Salvo con la bici, la resistencia no pasa de la opinión o la percepción o, en casos graves de la compra, con no volver al establecimiento.
Resumiendo: cuidados
Si tuviera que resumir mis hábitos, diría que se trata de tomar consciencia de los cuidados. Si uno cuida de su familia, limpia su casa, trata su basura, cultiva y cocina su comida, hay que estar muy ciego para no ver las consecuencias de nuestros actos, y lo que cuesta mantener todo limpio, cuidado, alimentado. Si externalizamos todo ello, es más difícil. Evidentemente parte de los cuidados los externalizamos y está bien, uno no es Superman, pero de ahí a convertirnos en máquinas de consumir recursos y generar residuos va un trecho. Hay que cuidar más de nosotros, y desde allí del resto y del planeta.
Analizar los propios actos de manera honesta, sin excesos de cinismo ni de revoluciones, es fundamental. Comenzar por pequeñas cosas es esencial para no entrar en la parálisis de la perfección. Integrar sólo aquello con lo que de momento estamos a gusto es también importantísimo para que los cambios sean permanentes.
Bibliografía
En las notas al pie hay varios libros muy interesantes. Añado aquí alguno más:
- Alan Weisman. El mundo sin nosotros. Ed. Debate. 2007. Distintos ejemplos de zonas del mundo anteriormente ocupadas por humanos y que por distintas razones han quedado silvestres. Un ensayo sobre la recuperación de los entornos por la no intervención humana.
- J.L. Fernández Casadevante y Nerea Morán. Raíces en el asfalto. Pasado, presente y futuro de la agricultura urbana. 2ª Ed. Libros en Acción. 2016. El autor lo ha puesto amablemente en abierto aunque se puede comprar aquí.
-
Azby Brown. Just Enough: Lessons in Living Green from Traditional Japan. Tuttle Publishing. 2012. Lo que su propio título indica. Un libro sobre la sencillez de otro modo de vida.
- Eduardo Muriel. Del ecomunicipalismo a las puertas de la cárcel. Queimada ediciones. 2017. Una entrevista con un alcalde que trató de integrar la ecología en la política de un pequeño pueblo extremeño, y de las terribles consecuencias de la resistencia social de ciertos individuos.
- Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. En la Espiral de la Energía. Libros en Acción. 2014. Todo un tratado de cómo hemos utilizado la energía a lo largo de la historia (y la prehistoria). Una reinterpretación de todo desde esta perspectiva no desdeñable y tremendamente desdeñada.
Referencias
[1] Si estáis por Madrid no os perdáis el Club de Lectura que lleva su nombre
[2] O, como diría un taoísta, Wu Wei.
[3] El artículo enlazado contiene lo esencial, aunque Lierre lo desarrolla más en el libro Deep Green Resistance y otros.
[4] Más sobre el tema, por ejemplo en el libro “The Art of Not Being Governed” de James Scott, sobre las civilizaciones del metacontinente Zomia.
[5] Sobre todo de su increíble librito “La Revolución de una Brizna de Paja“, pero también otros no traducidos (creo) al castellano como “Sowing Seeds in the Desert” o “The Natural Way of Farming”.
[6] Véanse estudios como Andow D.A. e Hikada, K. Yield loss in conventional and natural rice farming systems. Agriculture Ecosystems and Environment, 70, 151-158. 1998 o Neera P., Katano M. y Hasegawa T. Comparison of Rice Field after Various Years of Cultivation by Natural Farming. Plant Production Science 2(1), 58-64, 1999.
Otro análisis interesante es el de la evolución de la agricultura danesa, donde se puede ver cómo el input energético se ha multiplicado por 10 con la agricultura fosilista, pero el output de comida sólo se ha multiplicado por 2: Schroll, H. Energy Flow and Ecological Sustainability in Danish Agriculture. Agriculture, Ecosystems and Environment 51, 301-310, 1994
[7] Esto a veces es difícil de entender para un occidental. Vamos a poner un ejemplo que usa mi maestro de Tai Chi. Imagínate que estás en el medio de un río con una fuerte corriente. Puedes hacer tres cosas: 1) buscar la vía más corta y nadar hacia la orilla luchando contra la corriente, 2) dejar que la corriente te arrastre hasta el mar o 3) ir progresivamente nadando hacia la orilla, pero en diagonal, sin agotarte en la lucha contra la corriente. Las tres cosas se corresponden con hacer, no hacer nada y no-hacer (wu wei), respectivamente. Ante una corriente fuerte, probablemente la opción 1 haga que mueras exhausto y la 2 hace que nunca llegues a la orilla, y sólo la 2 te permite lograr tu objetivo, a cambio de no dejarte exactamente en el punto de la orilla que preferías. Wu wei es una mezcla de adaptación al entorno, observación, eficiencia y, por qué no, algo de pereza en el buen sentido.