No nos podemos permitir un debate superficial sobre la violencia. No nos podemos quedar en la condena o defensa a ultranza de su uso por parte de uno u otro bando. Tampoco podemos caer en la hipocresía de la equidistancia.
No podemos permitírnoslo sobre todo si creemos que estamos ante el colapso o, como algunos consideramos, llevamos viviéndolo al menos una década. Los recursos fósiles están en claro declive sin ninguna alternativa clara. Teniendo en cuenta que somos sociedades que comemos, literalmente, petróleo, no es un factor menor. Junto a esta circunstancia, la presión ambiental por el calentamiento global lleva y llevará a situaciones límite a muchas sociedades.
El estado democrático se basa en un contrato sobre la violencia: el estado obtiene su monopolio. A cambio, ofrece mecanismos efectivos de disidencia, a través de la libertad de expresión, el voto y la escucha activa de los gobernantes.
Debería ser evidente que un gobierno debe escuchar a sus súbditos. Si no los quiere escuchar, generalmente termina prohibiendo cualquier expresión que le lleve la contraria. Y ese es el principio del fin. El cuento de Andersen, El Rey Desnudo (1835), es antiguo, bebiendo de fuentes como El Conde Lucanor (ca. 1330) y global, encontrándose en el folclore de la India o Turquía. Igualmente antiguo es El Rey Lear (1603).
El caso es que ningún gobierno tolera la desobediencia, pero la espita de la disidencia busca estar abierta en democracia. Y digo espita y no caudal pues desgraciadamente esta se modula para que sea ineficaz, pero para dar la apariencia de efectiva. Esa espita se regula de varias maneras. Una son las técnicas de dilación, en la que las elecciones cada 4-5 años son una herramienta primordial. Otra es la demonización de lo que no huela a statu quo, a través fundamentalmente de los medios de comunicación de masas. Y la última son los partidos que recogen el descontento y luego traicionan a sus votantes. Todo ello con sus dosis de spin doctoring y sofismas para confundir al personal.
Así se llega a un estado TINA de indefensión aprendida, en el que uno entiende que nada se puede cambiar, y tira para adelante votando al PSOE, que aunque se la cuela, lo hace con vaselina. Y esto funciona. Mientras la mayoría de los estómagos están llenos. Durante varias décadas, gracias a nuestros estómagos llenos ha podido engordar hasta el paroxismo los estómagos de, parafraseando a Joseph Heller, esos pobres desgraciados sin moral que nunca se sienten satisfechos con lo que ya tienen [1].
Mientras la mayoría de los estómagos están llenos. Pero cuando no lo están, cuando el hambre comienza a apretar, o cuando se la ve a la vuelta de la esquina, o cuando la humillación del resto de condiciones materiales empieza a ser insoportable, la indefensión aprendida se acaba.
Entonces se vuelve a disputar el monopolio de la violencia. Por eso tenemos que hablar de ello, aunque, al menos para mí, es muy incómodo.
La patraña del pacifismo (en solitario)
Esta pancarta de una de las manifestaciones a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél lo dice todo. La diminuta puerta de la disidencia abierta el 11M se cierra o no da para más, mientras se intenta cerrar aún mejor. Es una lección que los negros en EEUU o Sudáfrica, o los indios colonizados por UK, conocen bien.
Y es que ese es uno de los goles que nos meten cuando nos venden el pacifismo de Gandhi, Mandela o Luther King. El sistema los ensalza como ejemplo de que el pacifismo funciona. Pero no es toda la verdad, ni mucho menos. El hecho de que les den tanta bola ya debería hacernos sospechar.
Al mismo tiempo que Gandhi había una contrapartida violenta, liderada por Bagat Singh entre otros. Este nombre no nos suena tanto, pero en la India hay muchas más estatuas con su busto que con el de Mahatma. Si Gandhi triunfó fue por lo masivo de su movimiento pacífico, pero también por la coincidencia de un imperio en decadencia presionado por acciones violentas como las de Singh.
Lo mismo se puede decir del tándem Luther King/Malcom X. O de los dos Mandelas, el que practicaba la desobediencia violenta primero, y el que luego aglutinaba bajo la disidencia pacífica. Un buen repaso sobre estos equilibrios entre la acción violenta directa pero minoritaria, y la acción pacífica indirecta pero mayoritaria se hace en el libro (ahora también movimiento) Deep Green Resistance, de Jensen y Keith (2011). Si te ha interesado el texto de Andreas Malm, sin duda recomiendo este libro. Lamentablemente, no traducido al castellano creo.
Debemos abordar el problema de la violencia sin tabúes, si queremos que el S XXI no esté más teñido de violencia que el S XX. En su pacifismo extremo, Gandhi no condenó la violencia contra Singh cuando le colgaron. Los británicos lo vieron bien, pero lo vieron tan bien cuando les recomendó ceder sus casas a los nazis y no presentar resistencia violenta. Es posible que la paz no siempre provoque menos violencia que la propia violencia. Son dos aspectos complementarios, y si saliéramos de la lógica binaria que niega una de las dos y afirma la otra, sea la que sea, podríamos entender las dinámicas sociales e históricas. Esto lo hacen mejor los orientales, donde el ‘ser o no ser’ no existe, pero sí el taichi (símbolo).
Tipos de violencia
Hay muchos tipos de violencia. Esto es evidente, pero a menudo metemos todo en el mismo saco. Quemas un contenedor: violento. Rompes un escaparate: violento. Robas en un supermercado: violento. No oímos ese adjetivo tanto cuando revientas un ojo con una pelota de goma. A veces casi parece que sólo la violencia contra la propiedad privada es considerada violencia. No oímos ese adjetivo tanto cuando revientas un ojo a alguien con una pelota de goma. Y desde luego no lo oímos nada cuando hablamos (si es que hablamos) del muerto semanal por la caza, del muerto diario por atropello en ciudades, de la tala indiscriminada. El conductor, el cazador, el talador no son violentos, aparentemente.
De hecho, creo discernir que la fractura política fundamental, luego devenida en izquierdas y derechas, es la priorización de las violencias. La división sería si te preocupa más la violencia sobre las personas o sobre las cosas. Sobre lo vivo o sobre lo muerto. Sería como una interpretación necropolítica de la violencia que podría desarrollarse en cuestiones como el aborto, la eutanasia, el ecologismo, la vivienda, etc.
Sírvame de ejemplo Tyre Extinguishers, una iniciativa que funciona muy bien. Se trata de una estructura totalmente descentralizada con un objetivo común: sabotear (de manera muy suave) los SUVs para desincentivar su compra y concienciar sobre el problema que suponen. Un SUV es un tanque que se usa para llevar a los niños al cole, básicamente. Nos cargamos toda la eficiencia lograda en los motores y en la carrocería y volvemos a consumir lo mismo que un coche viejo porque nuestro pequeño ego necesita llevar un monstruo grande (cosa ya aplicable previamente, vean el anuncio de Fiat abajo). Pero es más, son los responsables del 40% de víctimas mortales de menores en atropellos, a pesar de representar sólo el 17% de los atropellos. Además, tienen 11 veces más probabilidades de volcar por su elevada altura, aumentando los riesgos de muerte en accidente.

En fin, volviendo al tema, Tyre Extinguishers se dedican a poner lentejas en la válvula de los neumáticos de los SUVs y dejar un panfleto en el parabrisas. No rajan las ruedas de cada ataúd de metal en nuestro mundo, que podría ser algo razonable. Son mucho más ‘razonables’ que eso.
A pesar de sus remilgos, el nivel de insultos, amenazas y violencia a la que se
enfrentan, al menos en las redes, es acongojante. El comentario estándar es «deshincha la rueda de mi coche y te vuelo la cabeza«. Yo lo calificaría de nivel Mad Max. «La violencia menor contra la propiedad es mucho peor que la violencia sumaria contra las personas», parece ser el lema del conductor medio que se pronuncia. Pensando en el número de víctimas directas e indirectas que ponemos en el altar del coche cada día, no parece que sea un lema con el que no esté
esencialmente de acuerdo el statu quo.
Recopilando
La violencia es consustancial a la acción política, no necesariamente deseable, ni
agradable, ni romántica. Cuando no la hay, el statu quo ha llegado a un equilibrio virtuoso. Cuando este equilibrio se comienza a desmoronar, si el statu quo no cambia (por definición, tiende bastante a la estática), comienzan a aparecer tensiones que cada vez llevan más al límite los equilibrios anteriores. En este punto, la violencia aparece como un elemento difícil de evitar, e incluso importante para el cambio. No voy a llegar al punto de hablar de prepararse para la guerra si quieres la paz, pero reflexionar sobre la violencia es un ejercicio que, aunque pueda resultar incómodo, es necesario.
[1] Se trata de una anécdota que cuenta Kurt Vonnegut en el libro «Que levante mi mano quien crea en la telequinesis». Ambos, él y Heller, se encontraron en una cena de gala en casa de unos ricachones. Se sentían los únicos extraños en ese contexto, y hablando de ello, salió esta reflexión del autor de Trampa 22.